miércoles, 28 de noviembre de 2012

De la gestación




Al principio no se sienten los latidos pero se pueden adivinar ahí, perdidos entre mil ruidos menos importantes pero más agresivos, por lo tanto obligatorios de oír.
El embrión o la pareja de embriones no mide más de tres milímetros y sin embargo comienza la revolución física. Todo lo que era normal en el funcionamiento de las tripas ha dejado de serlo, algunas mujeres consideran esa circunstancia como una incomodidad.
Todo contratiempo que en este proceso suceda debe ser considerado leve. Es equivalente al milagro que viene, especial premio de la naturaleza.
He observado y me apasiona hacerlo, la forma en que mis opuntias (una clase de cactáceas) dan a luz un brote o gajo, ellas fabrican a sus iguales pero no los separan de su cuerpo.
Salen esas orejas, dos sobre la primera y allí se quedan creciendo hasta una forma adulta que seguramente dé a luz otras dos más la próxima primavera.
Me alegro de no ser cactácea porque mi trabajo es lograr que estos, mis frutos, salgan y aprendan a ser libres a pesar de mi influencia.

Un día el ser humano puede despertar y darse cuenta de las mil cosas que le prohibieron, que se prohibió y que prohibirá a los que dice querer.
Pero ese milagro, que llamamos anagnolisis en literatura, sucede a muy pocas personas durante su existencia.
Es probable que ese día comience a pensar cuales ideas enseñará a sus vástagos y cuales descartará por considerar incorrectas.


Recibiendo únicamente lo que para ellos sea necesaria y certera experiencia. No mantener a ningún cordero obligado a su corral sino que aprendan lo que a mí cada vez más me cuesta que es a separarse. A ser libres.


La foto: de mi colección de plantas en latas, la lata de Free! foto sacada por mi.

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